Recuento de una batalla inconclusa, la educación de Iturbide a Juárez

Intuitivamente, cada generación de padres transmite a sus hijos los conocimientos imprescindibles para sobrevivir. ¿Éstos cambiaron con la independencia de España, o con el paso al siglo XIX? La sociedad mexicana, a pesar de sus diferencias regionales, exigió a sus jóvenes el respeto a sus mayores, a las autoridades, a los usos y costumbres, lo que llevaba implícito el saber obedecer y, hasta la guerra de reforma, conocer la doctrina cristiana. Con trabajos se pusieron en práctica las ideas ilustradas de promover el bien común, difundir las ciencias, volver universal a la educación. Se establecieron nuevas instituciones, algunos seminarios diocesanos descollaron por su excelencia académica, pero al mismo tiempo las semillas de rebelión se sembraron entre estudiantes hartos de trajes talares, internados monacales y castigos físicos y morales infamantes. A pesar de los esfuerzos y buenos deseos, muchas reformas educativas tanto de contenido académico como de vida escolar se estrellaron contra la irremediable pobreza del siglo XIX, el desorden político y el miedo a intentar algo nuevo si se podía sostener lo viejo. El conflicto entre la añoranza por el pasado y la impaciencia por lograr la modernidad sometió a la educación a un vaivén de avances y retrocesos, como en los campos de batalla donde a veces no hay una definición clara de vencedores y vencidos. Aquí, más bien, hubo perdedores: edificios escolares ocupados por militares, presupuestos dedicados a golpes de Estado, estudiantes brillantes truncados en su carrera, maestros ignorados o ignorantes. Este libro da cuenta de proyectos, sueños e ilusiones y de los obstáculos que la cruda realidad del siglo XIX mexicano interpuso en su camino.