Las Voces Desterradas, Reflexiones En Torno A Los Imaginarios Judíos

El título de este libro; Las voces desterradas: reflexiones en torno a los imaginarios judíos, nos anuncia una travesía por pasajes memorables del exilio judío moderno. Las reflexiones de algunos de los pensadores más importantes nos permiten distanciarnos críticamente de las posturas convencionales sobre el tema de las "identidades" y la configuración de los imaginarios nacionales. La obra recoge las aportaciones de Baruch Spinoza, un hijo prematuro de la Ilustración, de Franz Kafka, Walter Benjamin y Sigmund Freud, que murieron sin conocer Auschwitz y de Hanna Arendt, Emannuel Levinas, Paul Celan, Yoshef Haim Yerushalmi y Jacques Derrida que hacen del Holocausto parte de sus reflexiones. También se incluyen los estudios de dos filósofos no judíos; Jean Paul Sartre y Manuel Reyes Mate ya que sus aportaciones ayudan a comprender con mayor profundidad el sentido que adquieren las voces desterradas de los pensadores judíos. Como presentación crítica el libro cuenta con un prólogo del filósofo español Alberto Sucasas.

En Las voces desterradas encontrará el lector una aproximación de calado a algunas de las figuras mayores del pensamiento judío del siglo XX: sin voluntad de sistema, esta recopilación de ensayos nos adentra en uno de los parajes esenciales de la filosofía contemporánea, por más que su reconocimiento por la historiografía oficial se demorase bastante. Reconocimiento probablemente motivado por la consagración, ella misma tardía en la biografía del Lituano, de Emmanuel Levinas en las tres últimas décadas; su incorporación al Olimpo filosófico estimuló, retrospectivamente, la revisión de toda una constelación de pensadores —por supuesto, Hermann Cohen, Franz Rosenzweig y Martin Buber, pero también Walter Benjamin, Gershom Scholem, Hannah Arendt, Leo Strauss, Günther Anders o Hans Jonas, sin olvidar, por otro lado, el modo en que la escritura literaria interpela al trabajo filosófico en creadores como Franz Kafka o Paul Celan— cuya caracterización obligaba a considerar una doble inscripción: en la problemática de la filosofía europea reciente y en la tradición espiritual (a la vez religiosa, ética e intelectual) del judaísmo. Si bien, conviene constatarlo, la aportación de cada uno de ambos elementos al pensamiento judío resultante sea muy variable: mientras que en algunos casos (el último Cohen, Rosenzweig o Levinas) el judaísmo, como objeto de reflexión y como fuente de inspiración, se impone en el primer plano del discurso, en otros más bien tiende a adoptar una presencia discreta, que invita a sondar, bajo la superficie de escritura, estratos de significación latentes o encriptados. No es asunto menor la tendencia al encubrimiento o disimulo de la inspiración judía en propuestas filosóficas que, para una mirada desatenta, nada deberían a la tradición hebrea. Cabría incluso hablar, anacrónicamente, de cierto marranismo filosófico del que la desconstrucción de Jacques Derrida, acaso el último de los grandes pensadores judíos del Novecientos, constituiría la versión ejemplar.